La policía de la memoria – Yoko Ogawa

La belleza efímera de los cerezos en flor, el silencio que se cuela en los pueblos abandonados, las akiyas (casas y edificios abandonadas) que se desmoronan bajo el peso del tiempo y el olvido. La lucha por mantener viva una cultura que a veces parece desvanecerse con cada generación que se va.

La historia de La Policía de la Memoria de Yoko Ogawa transcurre en una isla donde las cosas desaparecen, no solo objetos, sino conceptos enteros, y con ellos, los recuerdos que los sostienen. Un cuerpo especial de oficiales llamados La Policía de la Memoria son los encargados de eliminar y destruir los objetos de la isla. ¿Qué sería de la humanidad si no pudiéramos recordar nada? Sin memoria no existimos, perdemos la identidad y la historia, solo queda un vacío que se traga todo.

Podemos interpretar la novela de Ogawa como una exageración de lo que sucede en realidad, como una versión acelerada de lo que ocurre cuando una sociedad olvida. Ni siquiera nos acordamos de cómo vivíamos en los ochenta-noventa: los teléfonos con botones, las cartas escritas a mano, las tardes sin internet. Todo se esfumó en un abrir y cerrar de ojos, y nos adaptamos tan rápido a lo nuevo que el pasado se desvanece como si la Policía de la Memoria lo persiguiera con órdenes de eliminación.

En Japón, veo cómo la tecnología y el ritmo frenético de la modernidad barren las costumbres de antaño; los festivales locales son cada vez son menos frecuentes, las tiendas de barrio cierran, y lo que ayer era esencial hoy es una reliquia olvidada. Es como si estuviéramos programados para soltar el pasado sin mirar atrás, y la novela de Ogawa me hizo darme cuenta de lo frágil que es nuestra conexión con lo que fuimos.

Me hizo pensar en la caída de la población japonesa, en cómo muchos pueblos alejados de Tokio que alguna vez estuvieron llenos de vida ahora son cáscaras vacías, como si el país mismo estuviera perdiendo pedazos de su memoria colectiva. Las akiyas, esas casas abandonadas que salpican los paisajes fuera de las grandes ciudades de Japón, son como los objetos olvidados de la novela: reliquias de un pasado que ya casi nadie reclama.