Soy un gato de Natsume Sōseki

Soy un gato de Natsume Sōseki, es una de esas novelas que aquí casi todo el mundo, aunque no la hayan leído, al menos la saben reconocer. Es algo así como el Lazarillo de Tormes para nosotros. El autor, Natsume Sōseki, hasta hace poco aparecía en todos los billetes de 1.000 yenes.

Leer este libro es como mudarse temporalmente a una casa modesta de Tokio en plena era Meiji, hace unos 120 años, y observarlo todo a través de la perspectiva de un gato sin nombre que es el narrador. El dueño del gato es Kushami, un profesor de literatura que recuerda sospechosamente al propio Natsume Sōseki (Que también fue profesor y estudió inglés), es un personaje entrañable y ridículo a partes iguales. En la novela es un profesor obstinado, algo torpe y perdido en libros que no lee, seguramente un retrato cómico y tierno de sí mismo, teñido de humor autocrítico.

El gato lo observa con una mezcla de asombro y resignación: “Tiene la costumbre de llevarse a la cama un libro en inglés. Pero apenas lee nunca más de dos páginas. No comprendo qué interés hay en irse a la cama con un libro que no vas a leer. Pero así es el estilo de mi dueño, con eso está todo dicho sobre él. Su mujer podrá burlase de él o decirle que se deje esa adicción, pero él no hará caso y seguirá llevándose a la cama un libro para leerlo”.

Con estas frases, el gato ya nos ha resumido a la perfección a su amo terco, encerrado en su rutina y conforme con una vida sencilla; en contraste con sus amigos o vecinos más ricos y ambiciosos. Pero no por eso se considera menos digno. Uno de los mayores encantos del libro es la mirada felina, lúcida y burlona, que encuentra en la conducta humana algo profundamente absurdo: “Por naturaleza, los humanos son unos engreídos que se vanaglorian de su fuerza bruta. A no ser que aparezcan unos seres más fuertes que los maltraten como ellos hacen, no sé hasta dónde llegará su presuntuosidad.”

La novela también satiriza los cotilleos de los barrios de Tokio (Alrededor de Ueno), los falsos intelectuales, y la vanidad de quienes aspiran a parecer importantes. Pero lo hace con humor y delicadeza, sin malicia, como quien observa lo que hay y sonríe con ironía. En uno de los episodios más memorables de la novela, ocurre un pequeño robo (Roban boniatos y ropa) y la familia del gato tiene que tratar con la policía. Lo que más me sorprendió al leer ese capítulo no fue la escena en sí, sino lo reconocible que resulta aún hoy. La forma en que los personajes se expresan, lo absurda que es la conversación con la policía y los rodeos para llegar a explicar que ha habido un robo. Todo eso sigue presente en la vida cotidiana japonesa. Si quitamos los smartphones y las pantallas, vivir en una casa tradicional en Tokio, Kioto o cualquier ciudad japonesa actual no es tan distinto a hace 120 años. La naturaleza humana y las pequeñas peculiaridades de la cultura japonesa han cambiado sorprendentemente poco en los últimos 120 años.

Y los gatos quizás sigan pensando lo mismo de nosotros.

Leave a comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *